Tribuna 12 - Jimmy Oyuela
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la Salahmania, la efigie de El Faraón, como le apodan sus compatriotas, es omnipresente en El Cairo.

A pesar de mover cifras de dinero vertiginosas, en su concepción pocas disciplinas hay tan igualitarias como el fútbol. Un balón, tres postes (o en su defecto dos piedras) y una pequeña explanada son suficientes. Al alcance incluso de los niños que revolotean descalzos por los campos de arroz de los humildes pueblos del delta del Nilo. Como Nagrig, donde hace 25 años nació el egipcio Mohamed Salah, el delantero del Liverpool. 

Esta ha sido una temporada bendita para el ariete que el próximo sábado reta al Madrid en la final de la Champions. El chico ya apuntó maneras en la Roma, pero cuando el pasado verano llegó a Anfield nada hacía presagiar que batiría el récord de dianas en una temporada de de la Premier con 32, sería nombrado el mejor jugador del torneo y llevaría a los red devils a la final de la Copa de Europa. Y pese a todo ello, ningún gol le ha hecho más feliz que el que clasificó a Egipto para un Mundial 28 años después, marcado en el último minuto del partido decisivo contra Congo. 

Aquella noche se desató la histeria en Egipto. Y, lógicamente, el país se halla hoy bajo el influjo de la Salahmania. La efigie de El Faraón, como le apodan sus compatriotas, es omnipresente en El Cairo. En murales callejeros, en los cristales de los taxis e incluso en los tradicionales fanales de Ramadán. El país ha enloquecido con Salah y cualquier bar se paraliza cuando juega el Liverpool. 

La devoción que inspira Salah no solo bebe de sus triunfos. Su carácter generoso y sencillo, además de su condición de ferviente creyente, han enamorado a los egipcios. “El país se reconoce en él. Salah encarna las cualidades que al pueblo egipcio le gusta atribuirse”, comenta un aficionado. El hijo prodigioso de Nagrig no ha olvidado sus orígenes y sufragó la construcción de una depuradora para que sus vecinos puedan por fin tener agua corriente potable. 

Su meteórico ascenso no podía llegar en mejor momento para un país tan necesitado de unas dosis de escapismo, amargado por un severo plan de austeridad y una despiadada represión política. Necesitado también de algún referente de excelencia que colme el hiriente vacío entre un pasado glorioso y un presente deprimente. “Hoy, con la importancia que tiene el fútbol en el mundo entero, Salah es el mejor embajador posible de Egipto”, explica Essam Chawali, locutor de la cadena beIN en árabe. Siempre cuidadoso al esquivar la política en un país polarizado, y no habiendo jugado en ninguno de los dos grandes clubes del país (Al-Ahly y Zamalek), Salah no tiene detractores. 

La historia del fútbol está plagada de niños que dejaron atrás la pobreza gracias a su pericia con el balón. La de Salah ha hecho reverdecer una casi extinta solidaridad panárabe. De Marruecos a Iraq pasando por Túnez, se oye entonar el You’ll never walk alone en un inglés exótico. “En Gaza, todos los niños sueñan con ser Salah. Es el nuevo ídolo. Nunca un árabe había llegado tan lejos en el fútbol”, comenta Ahmed Munawi, un fotógrafo gazatí refugiado en Túnez. El Faraón incluso ya cuenta con un canal televisivo a su nombre en el más conocido satélite panárabe. 

Sin embargo, es quizás la exhibición desacomplejada de su fe musulmana en una Europa con tics xenófobos la que suscita una adhesión más visceral entre sus correligionarios. En Anfield ya conocen y vitorean su ritual después de cada gol: se separa de sus compañeros y se postra en el césped a modo de sujud, el rezo en el islam. Los hooligans incluso lo han incorporado en sus cánticos: “Si marca unos cuantos más, también yo seré musulmán”. 

“Salah es un símbolo de éxito, que transmite una idea de los musulmanes diferente a la presente en los medios occidentales, muy vinculada a la violencia y al fanatismo. Pero la verdad es que hay muchos salahs en Occidente que pasan desapercibidos”, afirma Chawali. 

En Kiev, Salah tendrá un opotunidad para demostrar nada menos que ante Cristiano que no es un dios menor. En caso de triunfar, su coronación podría ser celebrada no solo entre los marginados del orden geopolítico, sino también entre los desheredados del mundo del fútbol. Hasta ahora, en los más altos rangos de su jerarquía apenas ha habido lugar para un ídolo que no fuera europeo o latinoamericano. Salah puede convertirse en el dios de los otros parias. 

 

El PAIS.COM 



Fecha: 22 de Mayo de 2018
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